
Caminando por las calles de Santiago, junto con resguardar las pocas pertenencias que mantengo, cierto día tuve que proteger además a mi linda chica de un estruendo que remeció el entorno por el que deambulábamos dicha jornada.
Y es que las calles de la capital nacional, donde actualmente vivo, esconden diversas sorpresas. Una de ellas es el famoso disparo del cañón que se ubica en el cerro Santa Lucía. Vieja tradición centenaria que perdura gracias al pueblo, que gusta de esta típica práctica.
Dejando de lado la obvia preocupación del momento, como siempre, comencé a preguntarme sobre el porqué de este hábito arraigado desde años.
Lo anterior se remonta a la época Independencia, y desde ese tiempo se ha convirtido en una costumbre el de poner en conocimiento de la masa el hito del mediodía en el territorio continental a través de un bombazo
La misión recae en un petiso individuo que cumple su labor con orgullo desde hace un buen tiempo. Jardinero de profesión, Fermín Muñoz está –literalmente- al pie del cañón de forma puntual para darnos a conocer que la mitad del día ya ha transcurrido.
Este hombre cuenta que el objetivo era “avisarle a la gente de Santiago, una ciudad muy chica en ese tiempo, que ya era el mediodía, que tenían que ir a almorzar y que había que ir a misa”, tan simple como eso.
Luego de enterarme de este suceso, me pregunté ¿Por qué seguir con el molesto alboroto de disparar el cañonazo de las 12, y seguir corrompiendo la tranquilidad del entorno que rodea el cerro Santa Lucía?.
Mas la respuesta se inscribe en la costumbre que la sociedad ya tiene arraigada en el inconciente colectivo. Pues si en algún momento esta práctica quiso ser defenestrada (acabada), una buena cantidad de personas se manifestaron contrarias a esta idea.
Chile, como bien decía un maestro de mi formación académica, se ha formado como nación, tomando valores de un autoritarismo indeleble. Es decir, necesitamos tener patente las marcas de una violencia inusitada, y esto, por último aunque sea de forma simbólica.
Y es que las calles de la capital nacional, donde actualmente vivo, esconden diversas sorpresas. Una de ellas es el famoso disparo del cañón que se ubica en el cerro Santa Lucía. Vieja tradición centenaria que perdura gracias al pueblo, que gusta de esta típica práctica.
Dejando de lado la obvia preocupación del momento, como siempre, comencé a preguntarme sobre el porqué de este hábito arraigado desde años.
Lo anterior se remonta a la época Independencia, y desde ese tiempo se ha convirtido en una costumbre el de poner en conocimiento de la masa el hito del mediodía en el territorio continental a través de un bombazo
La misión recae en un petiso individuo que cumple su labor con orgullo desde hace un buen tiempo. Jardinero de profesión, Fermín Muñoz está –literalmente- al pie del cañón de forma puntual para darnos a conocer que la mitad del día ya ha transcurrido.
Este hombre cuenta que el objetivo era “avisarle a la gente de Santiago, una ciudad muy chica en ese tiempo, que ya era el mediodía, que tenían que ir a almorzar y que había que ir a misa”, tan simple como eso.
Luego de enterarme de este suceso, me pregunté ¿Por qué seguir con el molesto alboroto de disparar el cañonazo de las 12, y seguir corrompiendo la tranquilidad del entorno que rodea el cerro Santa Lucía?.
Mas la respuesta se inscribe en la costumbre que la sociedad ya tiene arraigada en el inconciente colectivo. Pues si en algún momento esta práctica quiso ser defenestrada (acabada), una buena cantidad de personas se manifestaron contrarias a esta idea.
Chile, como bien decía un maestro de mi formación académica, se ha formado como nación, tomando valores de un autoritarismo indeleble. Es decir, necesitamos tener patente las marcas de una violencia inusitada, y esto, por último aunque sea de forma simbólica.